Entrad, sin miedos y prejuicios. Bienvenidos a mi reino de mediocridad y simplicidad. Bienvenidos a mi hogar.

Desde el minuto cero os pido encarecidamente que me juzguéis con pasión y crueldad. Aquí no hay lugar para los cobardes o los aduladores, solo para los que saben meter el dedo en el ojo hasta el final.

Espero ver en vuestros rostros sonrisas de hiena, de depredadores hambrientos. Si estáis aquí es por alguna razón, aprovechadla para despedazarme. No puedo pedir menos.

El triunfo, dicen, se mide de muchas formas: enemigos, riqueza, fama, poder… En mi hogar, es decir, aquí, se mide en “bienvenidos” pronunciados.

Poneos cómodos ya que si habéis llegado hasta este punto, es para quedaros.

miércoles, 11 de mayo de 2016

Diciembre

No será el viento que causa heridas mañaneras el que barra la sinceridad de tus labios. Dormidos ante todos menos para los impuros. Lascivos para los inocentes de manos blancas y cristalinas.

Arañando noches de tus dedos, suplicando por una caricia del hueco de tu mano, de las arañas mustias, de la inocencia. Esa es mi constante circular.

El trance arrancado de las entrañas de la esencia compartida. Porque no hay otro lugar al que huir más que tus ojos en una noche azul. Y que quemen y hieran con el hielo de sus gritos. A ti huiría si tuviera que arder.

Ganas de dolor por una pieza suelta de un puzle destruido años atrás. Ni que aquel lugar fuera digno de tu presencia, ni de la suya, ni de la pieza. Estruendo sonoro, magnánimo, de platos al caer contra tu clavícula atormentada por mi boca. O por la música. O por un pulso.

Pero la mente sonríe ante una nueva oportunidad, ni vacía ni tuerta, sino viva para servir ante todos. Blanca, pura, hasta que negra y sucia vuelve a mí, desplazada ante la marcha de ovejas blancas, observadas por la oveja negra. Y digo yo, mejor negra y sucia, que blanca y estéril de noción de existencia fugaz. Ni oveja, ni blanca, solo terrenal.

Muchas cosas cayeron una noche de verano ante mí. Verdades feroces como gatas, fijándose en mis pies, subiendo hasta mi vientre. Palparon mi interior y decidieron romperme lentamente. Desde dentro, con ideas. Las mejores destrucciones son de una misma con sus gatas. ¡Qué preciosidad de noche, qué pena de vientre!

Y entonces noté la calidez de una caricia, en mi piel, de tu boca. Y las gatas ronronearon de placer mientras la luna sonreía y aullaba. Consonancia plena entendida por la inutilidad característica de mis ojos. Ni mi mente pudo sacarme del laberinto de tus manos y tu espalda. Simplemente me perdí con ellas.


No quedó más que una hoguera. Infinita. Impasible. Posiblemente eterna.