Antes de que termines de leer esto, debo preguntarte: ¿has
visto American Beauty?
Si la respuesta es no… Debes verla para poder entender todo
esto, e incluso debes verla para poder entender la belleza que habita en este
mundo tan gris.
Si la respuesta es sí… He vivido un momento precioso, de un
valor incalculable. Tan bello que uno de los protagonistas de la película, el
chico, lo habría grabado con su cámara, y probablemente lo hubiera visto una y
otra vez hasta desgastarlo. Ha sido único, y sé que por ello, jamás volveré a
vivir algo que se acerque, no bajo las mismas circunstancias, y por eso supongo
que lo escribo, para dejar constancia de que ha existido, de que ha sido real,
de que no me he imaginado la belleza.
Mi padre y yo íbamos escuchando una canción en el coche. Una
canción que era la primera vez que escuchaba, y que no me ha dejado
indiferente. Sonaba perfecta, no solo en el coche, si no en mi cabeza, e
incluso se movía perfectamente con el paisaje, iba a su compás. Así que para no
alterar esa naturaleza perfecta, he permanecido quieta, escuchando y
observando, absorbiendo cada mínimo instante de perfección.
Y hemos llegado a casa. Y la canción no había terminado.
Mi padre ha aparcado el coche. Y a la canción le debían de
quedar unos cincuenta segundos. Cincuenta largos y perfectos segundos. Así que
no hemos dicho nada, y mi padre ha dejado el dedo posado en el botón que apaga
completamente el coche, pero sin presionarlo, y la canción ha seguido sonado.
Esos cincuenta segundos, enteros, de canción regalada, de canción gratis que no
debería de haber escuchado porque ya habíamos llegado a casa, pero que he
escuchado, porque todo era demasiado bello como para frenarlo, y mi padre lo
sabía. Esos cincuenta segundos, son los que habría grabado con una cámara si
hubiera podido. Porque en esa cinta se nos vería a mi padre y a mí, quietos,
sin movernos, sin apenas respirar, y lo único que saldría moviéndose sería la
música. Y sería perfecto, y sería arte, y sería imborrable de la mente de cada
persona que lo viera, porque ha sido todo y nada en cincuenta segundos. Y eso
es lo que hay que entender del mundo, y del arte, y de lo bello: que es
efímero, pero es perfecto cuando ocurre, y que por eso mismo hay que
encontrarlo, y sentirlo dentro.
Porque el arte nos hace sentir vivos, y el Universo sonríe por
ello.