Entrad, sin miedos y prejuicios. Bienvenidos a mi reino de mediocridad y simplicidad. Bienvenidos a mi hogar.

Desde el minuto cero os pido encarecidamente que me juzguéis con pasión y crueldad. Aquí no hay lugar para los cobardes o los aduladores, solo para los que saben meter el dedo en el ojo hasta el final.

Espero ver en vuestros rostros sonrisas de hiena, de depredadores hambrientos. Si estáis aquí es por alguna razón, aprovechadla para despedazarme. No puedo pedir menos.

El triunfo, dicen, se mide de muchas formas: enemigos, riqueza, fama, poder… En mi hogar, es decir, aquí, se mide en “bienvenidos” pronunciados.

Poneos cómodos ya que si habéis llegado hasta este punto, es para quedaros.

miércoles, 12 de julio de 2017

Espirales de humo

Un escalofrío recorrió su espalda.

Despertó en una habitación con una luz tenue. Olía a sexo y verano, el aire era espeso. ¿Qué hora sería, las tres, cuatro, de la tarde? Sentía el cuerpo agarrotado.
Alguien abrió la puerta de la habitación y movió las sábanas. Una mano sudorosa y familiar escalaba su muslo. No entendía muy bien la situación, la cabeza le pesaba y tiraba hacia atrás. Tenía la lengua sequísima e hinchada.
Joder, definitivamente tenía que dejar el tequila y los cigarrillos.
Consiguió emitir una especie de gruñido.

- ¿Qué te pasa? ¿No te gusta? – la voz de la mujer despertó una parte de su conciencia. Su tacto ya le había resultado familiar, pero su voz... Ya la conocía, pero, ¿de qué? Olía a jabón y a besos furtivos. Su voz, su tacto, su olor, todo ello tenía algo magnético y excitante.

− No, no, no es por ti, es que no me encuentro muy bien hoy, voy a ver si encuentro algo de agua – ya tenía intención de levantarse de la cama para ver mejor la cara de la mujer que tenía al lado, pero ella no le dio esa opción. Rápidamente se sentó encima y le cogió la mano.

− Anda, ten, te he traído antes una botella. – Respondió. – Llevas todo el día dando vueltas en sueños. Aunque antes has estado bastante consciente – rió – ha sido muy divertido, Cal, esperaba poder repetirlo. – se bajó y se tumbó a su lado.

Se incorporó en la cama y bebió un largo trago de agua. Maldito líquido milagroso. Mientras, se iba fijando cada vez más en esa mujer. Largo pelo negro, pechos pequeños, piernas cortas. No podía parar de observarla y ella no podía parar de moverse, se sentaba con las piernas cruzadas, las estiraba. Se apartaba el pelo y jugueteaba con él. Agarraba un cigarrillo de la mesilla de noche y le daba vueltas en las manos. Círculos perfectos, casi como espirales. Al final se lo llevó a la boca y lo encendió. Fumaba despacio, y se entretenía con el humo. Era rematadamente ordinaria y eso la hacía jodidamente preciosa.

− Oye Cal, al final no me explicaste anoche de donde viene tu nombre. – hizo una pausa para soltar el humo. – Calantha… Es precioso, aunque suena mejor entre gemidos, he de admitir. – se reía de una manera jovial y despreocupada. Todo en ella parecía fácil y resuelto. Sonaba a confianza lograda a base de martillazos.

− Pues tampoco tiene mucho misterio, mis padres adoran la cultura griega y Calantha les debió de gustar. – algo en su interior se revolvió. ¿Culpabilidad? Nacía de sus entrañas y le pellizcaba la conciencia.

La mujer morena se volvió hacia ella mientras apagaba el cigarro. La besó con fuerza y le sujetó las manos. Casi sin dejarla respirar, recorrió su pecho con una mano. Entre caricias suaves bajó hasta su ombligo. Con un dedo de fuego dibujaba su circunferencia. Cal solo podía escuchar sus propios gemidos.

Un escalofrío recorrió su espalda.

Despertó desnuda y sola en su habitación. Temblando apartó su propia mano de sus piernas.
De nuevo la mujer morena que rasgaba sus sueños cada noche.


Ya no sabía si aquello era una maldición.


Este es mi pobre intento de hacerle honor a un relato que escribió Cortázar, en el que se rompe la barrera entre la realidad y la ficción. Yo he elegido el sueño y la realidad, probablemente porque dentro de nuestros sueños nos revelamos a nosotros mismos y nos rebelamos contra nosotros.