Entrad, sin miedos y prejuicios. Bienvenidos a mi reino de mediocridad y simplicidad. Bienvenidos a mi hogar.

Desde el minuto cero os pido encarecidamente que me juzguéis con pasión y crueldad. Aquí no hay lugar para los cobardes o los aduladores, solo para los que saben meter el dedo en el ojo hasta el final.

Espero ver en vuestros rostros sonrisas de hiena, de depredadores hambrientos. Si estáis aquí es por alguna razón, aprovechadla para despedazarme. No puedo pedir menos.

El triunfo, dicen, se mide de muchas formas: enemigos, riqueza, fama, poder… En mi hogar, es decir, aquí, se mide en “bienvenidos” pronunciados.

Poneos cómodos ya que si habéis llegado hasta este punto, es para quedaros.

domingo, 5 de junio de 2016

Día a día pasa el tiempo entre mis venas

Cada día me muero más. Es una verdad tan indudable que me atrevería a decir que es absoluta, pero no quiero insultar a Nietzsche. Cada día me muero más y el cielo es menos azul, las sombras de los árboles dan más calor, y yo ya he dejado de escalarlos por miedo a las hormigas.
Cada día soy más cobarde, más adulta, más práctica. Me despierto y hago, actúo y duermo. Cada día echo más de menos. A mi niña interior, a los juegos que nos inventábamos, a la indiferencia adolescente, a tu boca triste llena de verdad.

¡Qué pena! Las cosas van desapareciendo dentro de mí y la vida me regala una conciencia para notar cada pequeña muerte en mi interior. Y así me despierto, cada día más mustia, cada día con menos color.
¡Qué vacío más tonto siento en el pecho y en el estómago! Ambos me gritan, su eco resuena en cada fibra sensible de mi piel: "¿DÓNDE ESTÁ NUESTRA ILUSIÓN?" y yo sé la respuesta: cada día más muerta. Se me ha secado la pasión juvenil, y en su lugar brotan malas hierbas sin color alguno, que me vienen a decir "que sí, que cada día me muero más, así que al mal tiempo buena cara, y una sonrisa, niña."

La verdad es que no sé donde he metido mi sonrisa, los bolsillos los tengo más vacíos que nunca y en mi cabeza el caos se ha hecho su hogar. Pero la busco, y la encuentro escondida en algún rincón de mis recuerdos. La pobre da mucha pena, se resguarda de sí misma, así que mejor la dejo ahí, a ver si la voy a asustar para siempre.
Ya no sé una mierda sobre mí misma. En estos momentos es cuando me acuerdo de los valientes que vienen a salvarme, y no puedo evitar que me den una lástima sincera. A mí que el mundo me olvide, ya sabré como olvidarme a mí misma.

Y es que no puedo evitarlo. Las espirales se anudan en mi garganta, se van cerrando cada día un poquito más, y voy notando como me asfixian. Cada día la Luna está más lejos, me da su espalda blanca, y por mucho que la implore y la mire con el mismo amor que siempre, ella ya no responde. Los lobos corretean sádicos por mis venas, muerden con fuerza mi esperanza y se lamen la sangre que derraman. Así mis símbolos, mis vivencias, mis manías y noches intranquilas, se van volviendo contra mí.

La verdad es que cada día siento cómo yo misma me alejo. Yo misma me doy la espalda, yo misma me despido. Así que por el momento solo queda decirme que "hasta luego" a ver si un día me reencuentro.

jueves, 2 de junio de 2016

Primer artículo de opinión que ni es artículo ni es nada (Rupturas)

Creo que ya he encontrado el verdadero problema de una ruptura. Al menos el problema al que se enfrenta la parte que no decide, la parte que no tiene más remedio que asumir.
Una ruptura destroza por dentro. Por un lado el pasado se vuelve oscuro, y prefieres no saber quién fuiste, prefieres no recordar nada de la persona que sonríe en tu memoria. Por otro lado, el futuro se desmorona. Había un futuro que se empezaba a construir entre las dos mentes que participaban en el juego, y de repente una deja de ser albañil, los cimientos caen y levantan una nube infinita de polvo. Así, el presente se ofrece como una opción sin encantos, sin un pasado sólido que empuje, y sin un futuro brillante que tire.
No obstante, se sigue viviendo.

Cuando una ruptura llega de la mano de alguien más, se vuelve un poco más complicada de lo que ya era. Obviamente sucede todo lo anterior, pero a eso hay que añadirle la pérdida de confianza y el arrepentimiento.
Primero, la pérdida de confianza aguijonea el estómago. Siempre se ha dicho que las comparaciones son odiosas, y ya digo yo que no es odio lo que levantan, si no mucho miedo a ser nadie, a no ser especial, a ser alguien incapaz de brillar. ¿Absurdo, no? Los optimistas piensan que todos somos especiales y únicos en nuestra especie, pero cuando alguien te dice “no, ahora me gusta esta otra persona” el mundo se vuelve gris, y los colores se escurren a las alcantarillas. La mente, esa mente que es tuya y deberías saber controlar, te compara con esa otra persona y piensa: “joder, si es que no soy nadie”. Eso es lo difícil de perder la confianza, para ti ya no eres alguien que merezca la pena conocer, te miras al espejo y ves a un mundano cualquiera. Ya no ves a un músico, un escritor, un estudiante, o un apasionado del momento. Simplemente ves a una persona.
Y segundo, el arrepentimiento. Aunque haya infinitas formas de arrepentirse por algo, hay una que es especialmente dolorosa: arrepentirse de todo aquello que no se hizo. Aunque parezca un pensamiento infantil, la culpabilidad viene sembrando discordia desde el fondo de la mente, y el arrepentimiento va regando las semillas. Te arrepientes de no haber dado más, de no haber sido más, de no haber hecho mucho más, y ahí es cuando entra la culpa para encerrarte y decir que efectivamente, tú eres realmente la parte culpable de lo que está sucediendo.

Al margen de la mucha autocompasión que levantan las rupturas, hay mucho dolor involucrado. No es que defienda la postura del roto, porque yo he estado en ambas posiciones, pero sí debo admitir que para la persona que no decide, le queda la peor parte del pastel. Le queda el helado derretido de todo lo que fue la relación, y no sabe si comerlo, o tirarlo a la basura.

Definitivamente, cada uno es como quiere ser. Con esto ya me he dado cuenta de que yo no quiero odiarme, no en los mejores años de mi vida, porque ya tendré tiempo para pensar en ti en otro momento. Hasta entonces, creo que voy a cerrar tu puerta, y las muchas ventanas que construí todos estos años para ti.

Hoy me quedo conmigo. A ver si yo puedo hacerme feliz.