El
caos de la ciencia arrancaba suspiros a las lágrimas que corrían por sus
mejillas. El protagonista de esta historia no lograba entender por qué las
mañanas son tiernas o por qué los anocheceres son crudos. Por qué su nariz se
enrojecía con el frío, por qué lloraba ante el caos. Pero sí que entendía que
unas manos subieran hasta su rostro y le arrancaran sus lágrimas con cariño.
A
veces en la vida de un protagonista hace falta que aparezca el calor y el amor
de un personaje secundario. Personaje que vivirá en su sombra, secando sus
lágrimas, siendo unas manos que escalan. Y abrazos calientes para el que sepa
apreciarlos, y desprecio a los esquemas de las convenciones sociales.
Se
querían, se deseaban, se amaban.
Cuando
el protagonista cerraba los ojos y se preguntaba “¿por qué creo en su tacto y
no creo en Dios?” el personaje secundario lo besaba. Cuando el protagonista
abría los ojos y veía sonreír al personaje secundario se preguntaba “¿y yo, por
amar, estoy enfermo?”.
A
veces el personaje secundario tenía un momento de estrellato, de luces, cámara,
acción. No era su papel, así que simplemente se dejaba llevar, actuando, sin
preguntarse nada, ya que no podía suplantar al personaje principal.
Pero
cuando permanecía en el foco durante mucho tiempo se sentía protagonista, y
lloraba por los gritos irracionales, por el sexo a mediodía, y por la
incomprensión.
Entonces
llegaba el protagonista y con los ojos acallaba sus miedos de personaje
secundario. Lo amaba campo a través y penetraba su mente, le lamía la
conciencia hasta regenerársela.
El caos de la ciencia, o el caos del amor y las reacciones químicas,
suspiraban en una tormenta de verano. Rayos, truenos, nubes negras y un par de
maldiciones a media voz. Alguien enfurecido se sentía poderoso y comprendido,
alguien alegre se mojaba y sonreía, alguien melancólico disfrutaba del olor a
tierra mojada.
Alguien leía.
Protagonista o personaje secundario de su propia
historia, todavía no lo había decidido. Así, bañándose en incertidumbre y resguardado
del agua, leía. Casi con vergüenza, con timidez. “¿Protagonista? ¿Personaje
secundario?”
A
veces el sonido de una bomba no es de una bomba. Algunos corazones tienen la
facultad de adueñarse del tic-tac, del BOOM, del sueño apacible de una mente
que los escucha. Y el tempo de su canción varía; moderato cuando te miro y no me ves, accellerando cuando te giras y me sonríes, adagio nervoso cuando sujetas tus ojos contra los míos, allegro cuando me besas, allegrísimo cuando hacemos el amor.
“¿Protagonista? ¿Eres tú?” Y no quería que terminase la tormenta,
porque en cuanto acabara dejaría de leer, se levantaría y tendría que decidir.
El
personaje secundario de nuestra historia muere el 20 de julio de 1982. No hizo
falta autopsia, fue un accidente, y además era un personaje secundario. Nuestro
protagonista al enterarse desfallece, le falta el aire, se quiere morir. ¿Quién
iba a limpiarle las lágrimas de la cara ahora? ¿Quién iba a amarle, quién iba a
insuflarle un mínimo de calor? ¿Quién sería ahora su personaje secundario?
El 21 de julio de 1982 llovía casi torrencialmente. Alguien leía un
libro de Murakami mientras escuchaba llover. Cuando paró y las nubes se
disiparon, cerró el libro y tomó una decisión.
“¿Personaje
secundario? ¿Eres tú?”
“Sí. Soy yo.”