Entrad, sin miedos y prejuicios. Bienvenidos a mi reino de mediocridad y simplicidad. Bienvenidos a mi hogar.

Desde el minuto cero os pido encarecidamente que me juzguéis con pasión y crueldad. Aquí no hay lugar para los cobardes o los aduladores, solo para los que saben meter el dedo en el ojo hasta el final.

Espero ver en vuestros rostros sonrisas de hiena, de depredadores hambrientos. Si estáis aquí es por alguna razón, aprovechadla para despedazarme. No puedo pedir menos.

El triunfo, dicen, se mide de muchas formas: enemigos, riqueza, fama, poder… En mi hogar, es decir, aquí, se mide en “bienvenidos” pronunciados.

Poneos cómodos ya que si habéis llegado hasta este punto, es para quedaros.

lunes, 21 de marzo de 2016

Pintura roja

Terciopelo de caderas
sobre una piel que arde
con vergüenza, con ganas.

Labios condenados a varar
al mismo puerto, una
y otra vez.

Sensaciones de pies fríos
con ternura, entre los lazos
de algo que vibra.

Un secreto de miradas encendidas,
de arañazos a la cordura,
de lunas en tu piel.



Y ya no quiero ser astronauta
de otro satélite que no sea tu vientre,
que no tiemble (entre las yemas de mis dedos).

Y ya no busco otra caricia
que no sea de una mano roja,
o de unos ojos sinceros, los tuyos.

Y ya hay toda una vida que escapa
a los sentidos de mi razón, que vaga
y llega al mismo puerto que mis labios: tú. 
Y tus razones.



 

jueves, 3 de marzo de 2016

C, de cazador

Esa noche respiraba tranquilo. Un cazador con presa sonreía a la Luna. La imagen era perfectamente circular.
A veces las tuercas de la vida llevan a un cazador nato a tocar el cielo con los labios. Lo secuestran lentamente, le obligan a utilizar la lengua.
Esa noche era suya. Ni de su boca, ni de su presa. Suya de mente. Suya, por ello, de cuerpo y sangre.
Solía entender las razones misteriosas de los latidos desacompasados. Igual que esa noche, igual que todas.
Presa constante de su puño y letra. La tinta de sus versos aniquilaba malos augurios, solo dejaba cabida al lobo de su garganta.
Y en todo momento lunar había alguien recordándole la mortalidad de su pecho. Y él resoplaba, y sonreía a la noche, y aspiraba el cielo a través de sus pupilas pulmonares.
Nadie maneja sus ojos, unos ojos que solo responden a la llamada de un fuego inextinguido.
Es la pasión en bruto. Brutalidad pasional de sus dedos enlazados contra su poesía. Es la vida de todo cazador. Cazador nocturno a mordiscos en cuellos ajenos.

Pero algo cambia en mi interior: es el lobo de mi mente. De mi vientre caliente cualquier noche de soledad. Y mis dedos escalan lentamente mi ombligo, y buscándole en mi cabeza caigo en su red de cazador.

Aunque mi vida siga girando, nunca dejaré de entender sus formas a contraluz. Ni su pecho dormido, cómplice de mis sueños más puros. Y dibujaré su cadera a base de noches en vela observando la belleza de su cuerpo.
Aunque arañe mi propia existencia, me reduzca a cenizas y me extinga, sus dedos seguirán siendo magia subversiva en mi pelo calcinado. Porque no hay manos más magistrales que las suyas.
Y que intenten romper las leyes de nuestro pecado, que intenten dar caza a la naturaleza desbocada de sus aullidos.
“¡Imposible!” replicarán. Y notaré su mano contra la mía, caliente, sedienta de ninguna explicación acerca de la naturaleza de nuestros instintos.
La redundancia de mis ojos sobre su cuello, seguidos por mi lengua fría que retiene los escalofríos de sus arañazos. Propia esencia. Y que no me alejen de sus noches inabarcables.

El cazador miraba al cielo. Pero hablemos de la ironía. La pregunta ahora es: ¿quién es presa? ¿Quién es lobo?

La imagen se ovala, se crea un circuito, pero sigue siendo continua, sin pausa. Se pueden crear espirales a partir de ella, se superponen y se enlazan, las unas con las otras, sin un fin.

- El cazador, pienso, es la consumación de todo medio, su final. El título y medallas de quién considera que ha luchado hasta que ha alcanzado lo que perseguía.-

Él me miró directamente a los ojos.
Era lobo. Lo noté, lo supo. Mi corazón se encogió para explotar de orgullo. Seguí:

- La presa no es más que su final. ¿Violento? Tal vez. Pero innegablemente puro, una relación causa-efecto perfecta, única. Después solo le queda disfrutar de la sangre caliente y las pupilas dilatadas del éxtasis.-


Esa noche dormí.

martes, 1 de marzo de 2016

Caos de julio

El caos de la ciencia arrancaba suspiros a las lágrimas que corrían por sus mejillas. El protagonista de esta historia no lograba entender por qué las mañanas son tiernas o por qué los anocheceres son crudos. Por qué su nariz se enrojecía con el frío, por qué lloraba ante el caos. Pero sí que entendía que unas manos subieran hasta su rostro y le arrancaran sus lágrimas con cariño.

A veces en la vida de un protagonista hace falta que aparezca el calor y el amor de un personaje secundario. Personaje que vivirá en su sombra, secando sus lágrimas, siendo unas manos que escalan. Y abrazos calientes para el que sepa apreciarlos, y desprecio a los esquemas de las convenciones sociales.
Se querían, se deseaban, se amaban.

Cuando el protagonista cerraba los ojos y se preguntaba “¿por qué creo en su tacto y no creo en Dios?” el personaje secundario lo besaba. Cuando el protagonista abría los ojos y veía sonreír al personaje secundario se preguntaba “¿y yo, por amar, estoy enfermo?”.

A veces el personaje secundario tenía un momento de estrellato, de luces, cámara, acción. No era su papel, así que simplemente se dejaba llevar, actuando, sin preguntarse nada, ya que no podía suplantar al personaje principal.
Pero cuando permanecía en el foco durante mucho tiempo se sentía protagonista, y lloraba por los gritos irracionales, por el sexo a mediodía, y por la incomprensión.
Entonces llegaba el protagonista y con los ojos acallaba sus miedos de personaje secundario. Lo amaba campo a través y penetraba su mente, le lamía la conciencia hasta regenerársela.

El caos de la ciencia, o el caos del amor y las reacciones químicas, suspiraban en una tormenta de verano. Rayos, truenos, nubes negras y un par de maldiciones a media voz. Alguien enfurecido se sentía poderoso y comprendido, alguien alegre se mojaba y sonreía, alguien melancólico disfrutaba del olor a tierra mojada. 
Alguien leía. 
Protagonista o personaje secundario de su propia historia, todavía no lo había decidido. Así, bañándose en incertidumbre y resguardado del agua, leía. Casi con vergüenza, con timidez. “¿Protagonista? ¿Personaje secundario?”

A veces el sonido de una bomba no es de una bomba. Algunos corazones tienen la facultad de adueñarse del tic-tac, del BOOM, del sueño apacible de una mente que los escucha. Y el tempo de su canción varía; moderato cuando te miro y no me ves, accellerando cuando te giras y me sonríes, adagio nervoso cuando sujetas tus ojos contra los míos, allegro cuando me besas, allegrísimo cuando hacemos el amor.

“¿Protagonista? ¿Eres tú?” Y no quería que terminase la tormenta, porque en cuanto acabara dejaría de leer, se levantaría y tendría que decidir.

El personaje secundario de nuestra historia muere el 20 de julio de 1982. No hizo falta autopsia, fue un accidente, y además era un personaje secundario. Nuestro protagonista al enterarse desfallece, le falta el aire, se quiere morir. ¿Quién iba a limpiarle las lágrimas de la cara ahora? ¿Quién iba a amarle, quién iba a insuflarle un mínimo de calor? ¿Quién sería ahora su personaje secundario?

El 21 de julio de 1982 llovía casi torrencialmente. Alguien leía un libro de Murakami mientras escuchaba llover. Cuando paró y las nubes se disiparon, cerró el libro y tomó una decisión.

“¿Personaje secundario? ¿Eres tú?”


“Sí. Soy yo.”