Entrad, sin miedos y prejuicios. Bienvenidos a mi reino de mediocridad y simplicidad. Bienvenidos a mi hogar.

Desde el minuto cero os pido encarecidamente que me juzguéis con pasión y crueldad. Aquí no hay lugar para los cobardes o los aduladores, solo para los que saben meter el dedo en el ojo hasta el final.

Espero ver en vuestros rostros sonrisas de hiena, de depredadores hambrientos. Si estáis aquí es por alguna razón, aprovechadla para despedazarme. No puedo pedir menos.

El triunfo, dicen, se mide de muchas formas: enemigos, riqueza, fama, poder… En mi hogar, es decir, aquí, se mide en “bienvenidos” pronunciados.

Poneos cómodos ya que si habéis llegado hasta este punto, es para quedaros.

jueves, 3 de marzo de 2016

C, de cazador

Esa noche respiraba tranquilo. Un cazador con presa sonreía a la Luna. La imagen era perfectamente circular.
A veces las tuercas de la vida llevan a un cazador nato a tocar el cielo con los labios. Lo secuestran lentamente, le obligan a utilizar la lengua.
Esa noche era suya. Ni de su boca, ni de su presa. Suya de mente. Suya, por ello, de cuerpo y sangre.
Solía entender las razones misteriosas de los latidos desacompasados. Igual que esa noche, igual que todas.
Presa constante de su puño y letra. La tinta de sus versos aniquilaba malos augurios, solo dejaba cabida al lobo de su garganta.
Y en todo momento lunar había alguien recordándole la mortalidad de su pecho. Y él resoplaba, y sonreía a la noche, y aspiraba el cielo a través de sus pupilas pulmonares.
Nadie maneja sus ojos, unos ojos que solo responden a la llamada de un fuego inextinguido.
Es la pasión en bruto. Brutalidad pasional de sus dedos enlazados contra su poesía. Es la vida de todo cazador. Cazador nocturno a mordiscos en cuellos ajenos.

Pero algo cambia en mi interior: es el lobo de mi mente. De mi vientre caliente cualquier noche de soledad. Y mis dedos escalan lentamente mi ombligo, y buscándole en mi cabeza caigo en su red de cazador.

Aunque mi vida siga girando, nunca dejaré de entender sus formas a contraluz. Ni su pecho dormido, cómplice de mis sueños más puros. Y dibujaré su cadera a base de noches en vela observando la belleza de su cuerpo.
Aunque arañe mi propia existencia, me reduzca a cenizas y me extinga, sus dedos seguirán siendo magia subversiva en mi pelo calcinado. Porque no hay manos más magistrales que las suyas.
Y que intenten romper las leyes de nuestro pecado, que intenten dar caza a la naturaleza desbocada de sus aullidos.
“¡Imposible!” replicarán. Y notaré su mano contra la mía, caliente, sedienta de ninguna explicación acerca de la naturaleza de nuestros instintos.
La redundancia de mis ojos sobre su cuello, seguidos por mi lengua fría que retiene los escalofríos de sus arañazos. Propia esencia. Y que no me alejen de sus noches inabarcables.

El cazador miraba al cielo. Pero hablemos de la ironía. La pregunta ahora es: ¿quién es presa? ¿Quién es lobo?

La imagen se ovala, se crea un circuito, pero sigue siendo continua, sin pausa. Se pueden crear espirales a partir de ella, se superponen y se enlazan, las unas con las otras, sin un fin.

- El cazador, pienso, es la consumación de todo medio, su final. El título y medallas de quién considera que ha luchado hasta que ha alcanzado lo que perseguía.-

Él me miró directamente a los ojos.
Era lobo. Lo noté, lo supo. Mi corazón se encogió para explotar de orgullo. Seguí:

- La presa no es más que su final. ¿Violento? Tal vez. Pero innegablemente puro, una relación causa-efecto perfecta, única. Después solo le queda disfrutar de la sangre caliente y las pupilas dilatadas del éxtasis.-


Esa noche dormí.

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