Esa noche respiraba
tranquilo. Un cazador con presa sonreía a la Luna. La imagen era perfectamente
circular.
A veces las tuercas de la
vida llevan a un cazador nato a tocar el cielo con los labios. Lo secuestran
lentamente, le obligan a utilizar la lengua.
Esa noche era suya. Ni de su
boca, ni de su presa. Suya de mente. Suya, por ello, de cuerpo y sangre.
Solía entender las razones
misteriosas de los latidos desacompasados. Igual que esa noche, igual que
todas.
Presa constante de su puño y
letra. La tinta de sus versos aniquilaba malos augurios, solo dejaba cabida al
lobo de su garganta.
Y en todo momento lunar
había alguien recordándole la mortalidad de su pecho. Y él resoplaba, y sonreía
a la noche, y aspiraba el cielo a través de sus pupilas pulmonares.
Nadie maneja sus ojos, unos
ojos que solo responden a la llamada de un fuego inextinguido.
Es la pasión en bruto.
Brutalidad pasional de sus dedos enlazados contra su poesía. Es la vida de todo
cazador. Cazador nocturno a mordiscos en cuellos ajenos.
Pero algo cambia en mi
interior: es el lobo de mi mente. De mi vientre caliente cualquier noche de
soledad. Y mis dedos escalan lentamente mi ombligo, y buscándole en mi cabeza
caigo en su red de cazador.
Aunque mi vida siga girando,
nunca dejaré de entender sus formas a contraluz. Ni su pecho dormido, cómplice
de mis sueños más puros. Y dibujaré su cadera a base de noches en vela
observando la belleza de su cuerpo.
Aunque arañe mi propia
existencia, me reduzca a cenizas y me extinga, sus dedos seguirán siendo magia
subversiva en mi pelo calcinado. Porque no hay manos más magistrales que las
suyas.
Y que intenten romper las
leyes de nuestro pecado, que intenten dar caza a la naturaleza desbocada de sus
aullidos.
“¡Imposible!” replicarán. Y
notaré su mano contra la mía, caliente, sedienta de ninguna explicación acerca
de la naturaleza de nuestros instintos.
La redundancia de mis ojos
sobre su cuello, seguidos por mi lengua fría que retiene los escalofríos de sus
arañazos. Propia esencia. Y que no me alejen de sus noches inabarcables.
El cazador miraba al cielo.
Pero hablemos de la ironía. La pregunta ahora es: ¿quién es presa? ¿Quién es
lobo?
La imagen se ovala, se crea
un circuito, pero sigue siendo continua, sin pausa. Se pueden crear espirales a
partir de ella, se superponen y se enlazan, las unas con las otras, sin un fin.
- El cazador, pienso, es la
consumación de todo medio, su final. El título y medallas de quién considera
que ha luchado hasta que ha alcanzado lo que perseguía.-
Él me miró directamente a
los ojos.
Era lobo. Lo noté, lo supo.
Mi corazón se encogió para explotar de orgullo. Seguí:
- La presa no es más que su
final. ¿Violento? Tal vez. Pero innegablemente puro, una relación causa-efecto
perfecta, única. Después solo le queda disfrutar de la sangre caliente y las
pupilas dilatadas del éxtasis.-
Esa noche dormí.
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