Creo que ya he encontrado el
verdadero problema de una ruptura. Al menos el problema al que se enfrenta la
parte que no decide, la parte que no tiene más remedio que asumir.
Una ruptura destroza por
dentro. Por un lado el pasado se vuelve oscuro, y prefieres no saber quién
fuiste, prefieres no recordar nada de la persona que sonríe en tu memoria. Por
otro lado, el futuro se desmorona. Había un futuro que se empezaba a construir
entre las dos mentes que participaban en el juego, y de repente una deja de ser
albañil, los cimientos caen y levantan una nube infinita de polvo. Así, el
presente se ofrece como una opción sin encantos, sin un pasado sólido que
empuje, y sin un futuro brillante que tire.
No obstante, se sigue
viviendo.
Cuando una ruptura llega de
la mano de alguien más, se vuelve un poco más complicada de lo que ya era.
Obviamente sucede todo lo anterior, pero a eso hay que añadirle la pérdida de
confianza y el arrepentimiento.
Primero, la pérdida de
confianza aguijonea el estómago. Siempre se ha dicho que las comparaciones son
odiosas, y ya digo yo que no es odio lo que levantan, si no mucho miedo a ser
nadie, a no ser especial, a ser alguien incapaz de brillar. ¿Absurdo, no? Los optimistas
piensan que todos somos especiales y únicos en nuestra especie, pero cuando
alguien te dice “no, ahora me gusta esta otra persona” el mundo se vuelve gris,
y los colores se escurren a las alcantarillas. La mente, esa mente que es tuya
y deberías saber controlar, te compara con esa otra persona y piensa: “joder,
si es que no soy nadie”. Eso es lo difícil de perder la confianza, para ti ya
no eres alguien que merezca la pena conocer, te miras al espejo y ves a un
mundano cualquiera. Ya no ves a un músico, un escritor, un estudiante, o un
apasionado del momento. Simplemente ves a una persona.
Y segundo, el
arrepentimiento. Aunque haya infinitas formas de arrepentirse por algo, hay una
que es especialmente dolorosa: arrepentirse de todo aquello que no se hizo.
Aunque parezca un pensamiento infantil, la culpabilidad viene sembrando
discordia desde el fondo de la mente, y el arrepentimiento va regando las
semillas. Te arrepientes de no haber dado más, de no haber sido más, de no
haber hecho mucho más, y ahí es cuando entra la culpa para encerrarte y decir
que efectivamente, tú eres realmente la parte culpable de lo que está
sucediendo.
Al margen de la mucha
autocompasión que levantan las rupturas, hay mucho dolor involucrado. No es que
defienda la postura del roto, porque yo he estado en ambas posiciones, pero sí
debo admitir que para la persona que no decide, le queda la peor parte del
pastel. Le queda el helado derretido de todo lo que fue la relación, y no sabe
si comerlo, o tirarlo a la basura.
Definitivamente, cada uno es
como quiere ser. Con esto ya me he dado cuenta de que yo no quiero odiarme, no
en los mejores años de mi vida, porque ya tendré tiempo para pensar en ti en
otro momento. Hasta entonces, creo que voy a cerrar tu puerta, y las muchas
ventanas que construí todos estos años para ti.
Hoy me quedo conmigo. A ver
si yo puedo hacerme feliz.
Brutal.
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