Entrad, sin miedos y prejuicios. Bienvenidos a mi reino de mediocridad y simplicidad. Bienvenidos a mi hogar.

Desde el minuto cero os pido encarecidamente que me juzguéis con pasión y crueldad. Aquí no hay lugar para los cobardes o los aduladores, solo para los que saben meter el dedo en el ojo hasta el final.

Espero ver en vuestros rostros sonrisas de hiena, de depredadores hambrientos. Si estáis aquí es por alguna razón, aprovechadla para despedazarme. No puedo pedir menos.

El triunfo, dicen, se mide de muchas formas: enemigos, riqueza, fama, poder… En mi hogar, es decir, aquí, se mide en “bienvenidos” pronunciados.

Poneos cómodos ya que si habéis llegado hasta este punto, es para quedaros.

jueves, 2 de junio de 2016

Primer artículo de opinión que ni es artículo ni es nada (Rupturas)

Creo que ya he encontrado el verdadero problema de una ruptura. Al menos el problema al que se enfrenta la parte que no decide, la parte que no tiene más remedio que asumir.
Una ruptura destroza por dentro. Por un lado el pasado se vuelve oscuro, y prefieres no saber quién fuiste, prefieres no recordar nada de la persona que sonríe en tu memoria. Por otro lado, el futuro se desmorona. Había un futuro que se empezaba a construir entre las dos mentes que participaban en el juego, y de repente una deja de ser albañil, los cimientos caen y levantan una nube infinita de polvo. Así, el presente se ofrece como una opción sin encantos, sin un pasado sólido que empuje, y sin un futuro brillante que tire.
No obstante, se sigue viviendo.

Cuando una ruptura llega de la mano de alguien más, se vuelve un poco más complicada de lo que ya era. Obviamente sucede todo lo anterior, pero a eso hay que añadirle la pérdida de confianza y el arrepentimiento.
Primero, la pérdida de confianza aguijonea el estómago. Siempre se ha dicho que las comparaciones son odiosas, y ya digo yo que no es odio lo que levantan, si no mucho miedo a ser nadie, a no ser especial, a ser alguien incapaz de brillar. ¿Absurdo, no? Los optimistas piensan que todos somos especiales y únicos en nuestra especie, pero cuando alguien te dice “no, ahora me gusta esta otra persona” el mundo se vuelve gris, y los colores se escurren a las alcantarillas. La mente, esa mente que es tuya y deberías saber controlar, te compara con esa otra persona y piensa: “joder, si es que no soy nadie”. Eso es lo difícil de perder la confianza, para ti ya no eres alguien que merezca la pena conocer, te miras al espejo y ves a un mundano cualquiera. Ya no ves a un músico, un escritor, un estudiante, o un apasionado del momento. Simplemente ves a una persona.
Y segundo, el arrepentimiento. Aunque haya infinitas formas de arrepentirse por algo, hay una que es especialmente dolorosa: arrepentirse de todo aquello que no se hizo. Aunque parezca un pensamiento infantil, la culpabilidad viene sembrando discordia desde el fondo de la mente, y el arrepentimiento va regando las semillas. Te arrepientes de no haber dado más, de no haber sido más, de no haber hecho mucho más, y ahí es cuando entra la culpa para encerrarte y decir que efectivamente, tú eres realmente la parte culpable de lo que está sucediendo.

Al margen de la mucha autocompasión que levantan las rupturas, hay mucho dolor involucrado. No es que defienda la postura del roto, porque yo he estado en ambas posiciones, pero sí debo admitir que para la persona que no decide, le queda la peor parte del pastel. Le queda el helado derretido de todo lo que fue la relación, y no sabe si comerlo, o tirarlo a la basura.

Definitivamente, cada uno es como quiere ser. Con esto ya me he dado cuenta de que yo no quiero odiarme, no en los mejores años de mi vida, porque ya tendré tiempo para pensar en ti en otro momento. Hasta entonces, creo que voy a cerrar tu puerta, y las muchas ventanas que construí todos estos años para ti.

Hoy me quedo conmigo. A ver si yo puedo hacerme feliz.

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