Entrad, sin miedos y prejuicios. Bienvenidos a mi reino de mediocridad y simplicidad. Bienvenidos a mi hogar.

Desde el minuto cero os pido encarecidamente que me juzguéis con pasión y crueldad. Aquí no hay lugar para los cobardes o los aduladores, solo para los que saben meter el dedo en el ojo hasta el final.

Espero ver en vuestros rostros sonrisas de hiena, de depredadores hambrientos. Si estáis aquí es por alguna razón, aprovechadla para despedazarme. No puedo pedir menos.

El triunfo, dicen, se mide de muchas formas: enemigos, riqueza, fama, poder… En mi hogar, es decir, aquí, se mide en “bienvenidos” pronunciados.

Poneos cómodos ya que si habéis llegado hasta este punto, es para quedaros.

domingo, 27 de noviembre de 2016

Miedo que se lee entre líneas de la razón

No sé si por primera vez, pero sí desde hace ya mucho tiempo, siento que tengo miedo a escribir. Algo me atenaza el pecho, lo sumerge en oscuridad, relámpagos de indecisión. No lo entiendo.
¿Y si el problema está en que realmente lo entiendo?

Hay un miedo estúpido a decepcionar. A ser leve, vacía e infantil. Un miedo a hacer enumeraciones, a expresarme con inseguridad, a reconocerme en los errores.
¿Qué me pasa? Consideraba esta experiencia tan ajena que me asusta no conocerme.
Me estoy escribiendo. ¿Hace cuánto no me escribía?

Me da miedo repetirme, como tantas otras veces que le he mencionado, de puntillas y sin una razón aparente, solo porque giro bajo sus brazos. Y aquí estoy, mencionándole.
Me da miedo repetir mis metáforas constantes, mis expresiones inmediatas. Y estas estructuras, mis estructuras.
Joder, ni siquiera sé si esto me está sirviendo para algo, si realmente merece la pena. Las ganas de llorar y gritar siguen ahí. Y he dejado de pensar en todo lo que me rodea, y pienso sin pensar. Y me agobio.

Me he mirado a un espejo y me he extrañado. No me reconocía. Ha sido un momento insignificante para el mundo, y en cambio yo estoy haciendo un mundo de esto. Qué absurdo y qué sinsentido. Pero joder, no me he reconocido. ¿Qué me está pasando?

¿Quién soy para pensar que tengo algo que merezca la pena contar? ¿Quién soy para que un espejo me responda con una mirada de angustia, de ahogo? ¿Dónde he dejado el aire que respiro? Y ya no sé seguir, no sé cómo decirlo.

¿Debería reducirlo, banalizarlo y destrozarlo? "Soy una adolescente más, perdida, hay problemas más graves... ¿No?"
Pero me arden las mejillas, ya no sé de qué, si de vergüenza o de estrés. El calor asciende de mi estómago, juega con mi pecho, mi corazón le baila un tango, y mis mejillas responden con el color de la vergüenza. Vergüenza, tenaza contra la seguridad.


Voy a decepcionar.

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