Entrad, sin miedos y prejuicios. Bienvenidos a mi reino de mediocridad y simplicidad. Bienvenidos a mi hogar.

Desde el minuto cero os pido encarecidamente que me juzguéis con pasión y crueldad. Aquí no hay lugar para los cobardes o los aduladores, solo para los que saben meter el dedo en el ojo hasta el final.

Espero ver en vuestros rostros sonrisas de hiena, de depredadores hambrientos. Si estáis aquí es por alguna razón, aprovechadla para despedazarme. No puedo pedir menos.

El triunfo, dicen, se mide de muchas formas: enemigos, riqueza, fama, poder… En mi hogar, es decir, aquí, se mide en “bienvenidos” pronunciados.

Poneos cómodos ya que si habéis llegado hasta este punto, es para quedaros.

jueves, 23 de julio de 2015

Satélite de belleza (versión I)

La Luna se daba cuenta de lo puta que era. De lo sucia que era su sonrisa, de lo lujuriosa que era su mirada. Se daba cuenta de como atraía siempre a los locos solitarios que buscan un poco de compañía. De como les recibía a todos en sus brazos, con una sonrisa roja de oreja a oreja. La muy puta hasta tenía valor para guiñarles un ojo mientras se acercaban.
No contenta con recibirles en su abrazo de pasión y adicción, les embriagaba con su fragancia de deseo corrompido. Les manipulaba a su antojo. Les pedía placer, sexo rápido, sin sentimiento ni compasión, y los pobres locos hacían honor a su condición. Se la follaban salvajemente, donde fuera. Ella se partía de risa, y gemía a la vez. Pero la muy zorra seguía sin sentir nada. Simulaba que lo sentía, pero no. Su puto juego de locos, su juego de noche y diversión.

Cuando caí yo, caí con todo lo que tenía. Perdí la poca cordura que conservaba cuando vi sus curvas desnudas por primera vez. Cuando toqué su cuerpo, y rocé su piel, sentí LSD puro fluyendo por mis venas. Pupilas dilatadas, y la polla tan dura que parecía que me iba a reventar.
Puta zorra… Me la agarró y se la metió entera. Me llevó al Edén del Infierno con su sexo desesperado. Me la follé tan fuerte como pude, y tanto como me dejó mi cuerpo. Ni corriéndome dentro de su alma calmé mi sed de agua lunar.

Noches atrás, me había dedicado a observarla. Me escondía detrás de lugares donde no llegara su luz de noche. Observaba como incitaba a los lobos solitarios de las calles, como les pedía que la aullaran. Observé su danza nocturna, sus movimientos sinusoidales. Me consideraba superior al resto de lobos, un macho alfa entre cachorros. Pensaba que observarla desde la distancia me prevendría sobre ella, que tendría suficiente fuerza de voluntad para negarla un polvo blanco.
Me equivocaba.

Ahora, mi presente es: abrirme paso en la noche hasta su pecho. Aullarla de día, porque de noche solo, no es suficiente. Ser su lobo maldito, condenado a vagar a su lado. Estremecerme con su mirada de guarra. Sodomizar a mi fuerza de voluntad. Escuchar su risa fría y llena de sentimientos perdidos. Oírla gemir. Y, cómo no, ser esclavo de su belleza.


Mi presente me ha convertido en un satélite de la Luna.

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