Y su beso cayó por
su propio peso
y con él, caí yo,
arrastrado
suyo, muerto, más
vivo que nunca.
Y ella seguía
sonriendo después,
y antes, y siempre
desde entonces.
Y yo la quería como
nunca
Pero ella me jugaba
como siempre.
Suyo todas las
noches.
Días enteros a su
lado.
Días resucitado de
la vida de muerto
y muerto otra vez,
sin ser matado.
Y ella cada vez más
viva
y sonriente, y
alegre.
Con ganas de jugarme
y besarme
y despertarme,
tocándome,
haciéndome
sinfonías vivas,
y suyas.
Y ya sé que nunca
despertaré
y mi condena será
amarla
y quererla.
Como siempre,
y como nunca.
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