En la noche oscura, la gata perseguía al lobo.
Le acosaba despacio y sin remordimientos, le seguía a todas
partes, y maullaba cuando se alejaba lo suficiente para no oírla. La gata nunca
había hecho nada igual. Ella no seguía a nadie, estaba por encima... Por encima
de todos, menos de su lobo negro. Incluso estaba por encima del amor, ella era
grande, suprema... Pero lo era menos que su lobo negro.
Por eso cayó despacio, pero cayó.
El lobo, en cambio, solo tenía hambre, y buscaba una presa con
la que llenarse el estómago vacío. Así eran sus noches, solitarias y en carne
viva, llenas de sangre caliente y saliva espesa. Recorría las calles, caminos y
pasos, hambriento, siguiendo su sentido del olfato.
La gata se había enamorado tanto que intentaba aullar a la Luna,
que intentó ser loba. Abandonó su naturaleza, abandonó su otra vida, e intentó
adaptarse a lo que se le venía encima. Era inteligente, al fin y al cabo era
una gata, y sabía lo que tenía que hacer. Por eso aullaba desesperadamente a la
Luna, todas las noches que iba tras su lobo.
El lobo nunca miró hacia atrás y nunca vio a la gata aullando, o
maullando, o lamiéndose una pata mientras le miraba con ojos vidriosos. El lobo
siempre corría hacia delante, pensativo, hambriento, dándole a la gata su
espalda negra y peluda, dejándola al margen de su vida. No pensaba en nadie más
que en sí mismo, en su estómago, y en la sangre caliente. Aullaba de vez en
cuando sobre algún terreno elevado, para avisar de su presencia al resto de
criaturas nocturnas, para comenzar la caza, y para convertirla en reto. Le
encantaba escuchar como corrían sus presas en vano, intentando huir de él.
La gata intentaba seguirle, con pasos más largos de los que le
permitía su cuerpo. Utilizaba sus delicadas patas para arañar el terreno,
acortar por atajos y nunca perder de vista a su amado. Se rompía sus preciosas
uñas y se manchaba su cuidado pelaje. A veces perdía algún que otro bigote
entre arbustos, y se arañaba su precioso rostro contra ramas bajas y peligrosos
salientes.
Para él solo existían la explosión de la carne en su boca, y la
fuerza de su cuerpo contra todo. Contra el viento, contra el dolor de sus
articulaciones, contra sus presas.
Cuando la gata se enamoró del lobo, dejó de ser gata y no se
sabe que llegó a ser.
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