Entrad, sin miedos y prejuicios. Bienvenidos a mi reino de mediocridad y simplicidad. Bienvenidos a mi hogar.

Desde el minuto cero os pido encarecidamente que me juzguéis con pasión y crueldad. Aquí no hay lugar para los cobardes o los aduladores, solo para los que saben meter el dedo en el ojo hasta el final.

Espero ver en vuestros rostros sonrisas de hiena, de depredadores hambrientos. Si estáis aquí es por alguna razón, aprovechadla para despedazarme. No puedo pedir menos.

El triunfo, dicen, se mide de muchas formas: enemigos, riqueza, fama, poder… En mi hogar, es decir, aquí, se mide en “bienvenidos” pronunciados.

Poneos cómodos ya que si habéis llegado hasta este punto, es para quedaros.

viernes, 12 de junio de 2015

La trágica historia de la gata que quiso ser loba

En la noche oscura, la gata perseguía al lobo.

Le acosaba despacio y sin remordimientos, le seguía a todas partes, y maullaba cuando se alejaba lo suficiente para no oírla. La gata nunca había hecho nada igual. Ella no seguía a nadie, estaba por encima... Por encima de todos, menos de su lobo negro. Incluso estaba por encima del amor, ella era grande, suprema... Pero lo era menos que su lobo negro.

Por eso cayó despacio, pero cayó.

El lobo, en cambio, solo tenía hambre, y buscaba una presa con la que llenarse el estómago vacío. Así eran sus noches, solitarias y en carne viva, llenas de sangre caliente y saliva espesa. Recorría las calles, caminos y pasos, hambriento, siguiendo su sentido del olfato.

La gata se había enamorado tanto que intentaba aullar a la Luna, que intentó ser loba. Abandonó su naturaleza, abandonó su otra vida, e intentó adaptarse a lo que se le venía encima. Era inteligente, al fin y al cabo era una gata, y sabía lo que tenía que hacer. Por eso aullaba desesperadamente a la Luna, todas las noches que iba tras su lobo.

El lobo nunca miró hacia atrás y nunca vio a la gata aullando, o maullando, o lamiéndose una pata mientras le miraba con ojos vidriosos. El lobo siempre corría hacia delante, pensativo, hambriento, dándole a la gata su espalda negra y peluda, dejándola al margen de su vida. No pensaba en nadie más que en sí mismo, en su estómago, y en la sangre caliente. Aullaba de vez en cuando sobre algún terreno elevado, para avisar de su presencia al resto de criaturas nocturnas, para comenzar la caza, y para convertirla en reto. Le encantaba escuchar como corrían sus presas en vano, intentando huir de él.

La gata intentaba seguirle, con pasos más largos de los que le permitía su cuerpo. Utilizaba sus delicadas patas para arañar el terreno, acortar por atajos y nunca perder de vista a su amado. Se rompía sus preciosas uñas y se manchaba su cuidado pelaje. A veces perdía algún que otro bigote entre arbustos, y se arañaba su precioso rostro contra ramas bajas y peligrosos salientes.

Para él solo existían la explosión de la carne en su boca, y la fuerza de su cuerpo contra todo. Contra el viento, contra el dolor de sus articulaciones, contra sus presas.

Cuando la gata se enamoró del lobo, dejó de ser gata y no se sabe que llegó a ser.

Cuando el lobo no se percató de la gata, siguió siendo lobo.

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