Entrad, sin miedos y prejuicios. Bienvenidos a mi reino de mediocridad y simplicidad. Bienvenidos a mi hogar.

Desde el minuto cero os pido encarecidamente que me juzguéis con pasión y crueldad. Aquí no hay lugar para los cobardes o los aduladores, solo para los que saben meter el dedo en el ojo hasta el final.

Espero ver en vuestros rostros sonrisas de hiena, de depredadores hambrientos. Si estáis aquí es por alguna razón, aprovechadla para despedazarme. No puedo pedir menos.

El triunfo, dicen, se mide de muchas formas: enemigos, riqueza, fama, poder… En mi hogar, es decir, aquí, se mide en “bienvenidos” pronunciados.

Poneos cómodos ya que si habéis llegado hasta este punto, es para quedaros.

domingo, 14 de junio de 2015

Warhol y su arte

Warhol despertó ese día de mal humor y con resaca, como llevaba haciendo los últimos veintisiete años. Se levantó de su cama, o de lo que él consideraba una cama, y se metió en la ducha.

***

Warhol era una persona diferente. Nació de la unión de un par de artistas venidos a más, en la década de los setenta. No tuvo una infancia normal, ni una educación digna. Sus padres apenas le dedicaron atención los primeros años de su vida, simplemente continuaron con el estilo de vida que habían tenido hasta entonces.
“Mis padres eran unos imbéciles. Era obvio que me habían tenido para ver que pasaba si de repente tenían un hijo, y si encima le llamaban como un puto pirado que hacía gilipolleces con colores. Oh sí, muy bonito el nombre, graciosísimo. Seguro que se le ocurrió a mi madre mientras cagaba.
Viví una infancia cutre de cojones, sobretodo cuando mi padre se piró con una tía diez años más joven que mi madre. El muy cabrón dejó una notita y todo. Joder, ahora hasta me hace gracia…”

A los quince años, Warhol decidió buscarse la vida en solitario. Dejó a su madre en el apartamento que compartían, pero no dejó una nota de despedida. Simplemente se fue de allí, sin ninguna intención de volver.
“A ver, que quede claro, yo no abandoné a mi madre, ella me había abandonado mucho antes de que yo me pirara del sitio. Después de que mi padre se fuera, ella intentó seguir pintando y componiendo, pero no era lo mismo, “se le había secado la inspiración”, o eso decía.
Al final acabó en la cama de un ejecutivo de noséqué empresa, que nos pagaba lo que fuera con tal de echar un polvo de vez en cuando. Ella ni hablaba conmigo. Se pasaba el día comprándose cosas bonitas, como ropa interior o perfumes, y follando con el capullo ese. Sinceramente, a mí no me importaba demasiado. A diferencia de ella, yo me pasaba el día buscando cosas productivas que hacer, y en cuanto encontré un trabajo de camarero, me largué.”

Los siguientes años de su vida los pasó trabajando donde podía para pagarse lo justo. Vivía malamente en un apartamento, en una calle perdida de la Gran Manzana. Perdía trabajos, y encontraba otros. Siempre había personas dispuestas a contratarle. Incluso él mismo lo decía: “soy un bastardo con suerte.” El poco tiempo libre que podía reunir lo empleaba en odiar a los artistas, delante de una barra de bar mal encerada y un whisky barato. Todas las semanas, al menos dos noches, se metía en cualquier bar que no tuviera música, y se ponía a beber. Siempre whisky, siempre sin música. La televisión o los gritos de la gente no le molestaban, únicamente lo hacía la música.
- Greg, otro más. Sí, no te cortes. Gracias, tú sí que sabes lo que me gusta.-  decía, y se mataba a beber.
“Pero a ver, Greg, escúchame. La música está sobrevalorada. Y más ahora. Ahora la gente escucha lo que yo escuchaba cuando era un crío y se creen especiales, y lo peor de todo es que creen que esa música es especial. No se dan cuenta de que las personas que había detrás eran capullos sin talento. Se piensan que las canciones son para ellos, que les entienden, y no joder, no. Esas putas canciones, como todas las canciones de este mundo, son para sacar pasta. Fin. Ni Mozart se salva.”
Ningún camarero le prestaba demasiada atención, recibía el mismo trato que el resto de borrachos de barra: alguna sonrisa de vez en cuando, y un “claro” para acompañarla.
A Warhol le daba igual, mientras le siguieran sirviendo whisky barato y le dejaran despotricar a su gusto sobre lo que le viniera en gana.

Y ese, queridos amigos, era su arte.

El arte de Warhol era odiar a las siete musas, a las siete divinidades de todo artista. Criado entre ellos, había aprendido desde niño a despreciar profundamente ese mundo. Lo hacía con una sensibilidad y una naturalidad que si hubiera sido pintor, habría revolucionado el mundo artístico, igual que si hubiera sido cineasta o literato. Cada día encontraba adjetivos más despectivos, más oscuros, a medida que iba creciendo su odio.
Allá donde hubiera música, Warhol no iba. Cada vez que veía un cuadro, escupía al suelo, estuviera donde estuviese. ¿Trailers de películas? Warhol los aniquilaba en apenas segundos, con un: “innovad, esta puta mierda ya se ha hecho antes.” No tenía piedad. Era el asesino en serie menos buscado de la historia.

Y él, como buen artista, no buscaba el reconocimiento de un público, todo lo hacía desde el más sincero anonimato, salvo en esas ocasiones que se sentaba delante de una barra de bar. En esos casos, Warhol brillaba bajo un foco de luz inexistente, y con su herramienta preferida, un whisky, componía, dibujaba y escribía, las más puras obras de arte.

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