Había besos de amantes
empobrecidos con el tiempo a sus espaldas.
Había rosas, imaginarias,
dedicadas a Julietas perdidas entre balcones.
Había aromas de otros
pueblos, pero siempre recurrentes e insinuantes, como gatas.
Había otros besos, robados a
las malas lenguas y a la honra de la vida.
Había proposiciones de
libertad encadenada “hasta que la muerte los separe”.
Había lágrimas saladas con
sabor a dulces sueños de otros tiempos.
Había rincones oscuros
dueños del deseo de carnes tiernas y orgasmos desacompasados.
Había idas y venidas de
amantes cornudos al más puro estilo de sátiros.
Había manos insinuantes y
miradas sin piedad por nada ni nadie.
Había lascivia, tan
suculenta como la desnudez misma.
Había ganas de mordidas con
dueño frívolo o tierno.
Había arranques de ira
bruñida a la luz de un amante despachado.
Había lloros de alegría
sexual con leves toques de remordimiento.
Pero sobretodo, y en
conjunto, había un amor que todos sintieron como suyo y en sintonía, ya que
hasta a la Soledad le escocía el paladar de contemplarlo.
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