Entrad, sin miedos y prejuicios. Bienvenidos a mi reino de mediocridad y simplicidad. Bienvenidos a mi hogar.

Desde el minuto cero os pido encarecidamente que me juzguéis con pasión y crueldad. Aquí no hay lugar para los cobardes o los aduladores, solo para los que saben meter el dedo en el ojo hasta el final.

Espero ver en vuestros rostros sonrisas de hiena, de depredadores hambrientos. Si estáis aquí es por alguna razón, aprovechadla para despedazarme. No puedo pedir menos.

El triunfo, dicen, se mide de muchas formas: enemigos, riqueza, fama, poder… En mi hogar, es decir, aquí, se mide en “bienvenidos” pronunciados.

Poneos cómodos ya que si habéis llegado hasta este punto, es para quedaros.

jueves, 3 de septiembre de 2015

El rincón de amor

Había besos de amantes empobrecidos con el tiempo a sus espaldas.
Había rosas, imaginarias, dedicadas a Julietas perdidas entre balcones.
Había aromas de otros pueblos, pero siempre recurrentes e insinuantes, como gatas.
Había otros besos, robados a las malas lenguas y a la honra de la vida.
Había proposiciones de libertad encadenada “hasta que la muerte los separe”.
Había lágrimas saladas con sabor a dulces sueños de otros tiempos.
Había rincones oscuros dueños del deseo de carnes tiernas y orgasmos desacompasados.
Había idas y venidas de amantes cornudos al más puro estilo de sátiros.
Había manos insinuantes y miradas sin piedad por nada ni nadie.
Había lascivia, tan suculenta como la desnudez misma.
Había ganas de mordidas con dueño frívolo o tierno.
Había arranques de ira bruñida a la luz de un amante despachado.
Había lloros de alegría sexual con leves toques de remordimiento.


Pero sobretodo, y en conjunto, había un amor que todos sintieron como suyo y en sintonía, ya que hasta a la Soledad le escocía el paladar de contemplarlo.

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