Entrad, sin miedos y prejuicios. Bienvenidos a mi reino de mediocridad y simplicidad. Bienvenidos a mi hogar.

Desde el minuto cero os pido encarecidamente que me juzguéis con pasión y crueldad. Aquí no hay lugar para los cobardes o los aduladores, solo para los que saben meter el dedo en el ojo hasta el final.

Espero ver en vuestros rostros sonrisas de hiena, de depredadores hambrientos. Si estáis aquí es por alguna razón, aprovechadla para despedazarme. No puedo pedir menos.

El triunfo, dicen, se mide de muchas formas: enemigos, riqueza, fama, poder… En mi hogar, es decir, aquí, se mide en “bienvenidos” pronunciados.

Poneos cómodos ya que si habéis llegado hasta este punto, es para quedaros.

sábado, 16 de abril de 2016

Discordia del pájaro nocturno

La discordia al borde de tus sábanas. El rezo inventado en el último segundo que intenta salvar a ese tercero que perece.
La persiana que desciende y apaga la esperanza. Tiñe con su oscuridad el nuevo día de incertidumbre y asco. La ciudad duerme. Su cabeza no.

El pájaro muere ahogado por su propia insolencia y arrogancia. Penetra en una cabeza ajena con su agudo pico, su lastimero engaño. Y muere. Y renace.
Tal vez el pobre pájaro sea la prueba del apocalipsis de la quemadura de mi mano. Arrastra piel, sangre y violencia.

El sonido ensordece con su silencio. Las ondas armonizan y se expanden en un espacio reducido. Intentan hacer de la noche un lugar mejor.
La noche araña y cae sobre su presa. La luna sentencia. El sonido amenaza. El pájaro ladra una última vez.

Se pierde la noche entre el humo de mi boca. La única luz que vuelve a través de la persiana es nítida y roja, vuelve brotando de la garganta de su sombra.
La impotencia consume el fuego, y enciende otro.

El pasado emerge reinante en la mente fugaz.
El canto del pájaro enmudece.
El fuego se apaga.

Muere la noche.

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