La discordia al borde de tus
sábanas. El rezo inventado en el último segundo que intenta salvar a ese
tercero que perece.
La persiana que desciende y
apaga la esperanza. Tiñe con su oscuridad el nuevo día de incertidumbre y asco.
La ciudad duerme. Su cabeza no.
El pájaro muere ahogado por
su propia insolencia y arrogancia. Penetra en una cabeza ajena con su agudo
pico, su lastimero engaño. Y muere. Y renace.
Tal vez el pobre pájaro sea
la prueba del apocalipsis de la quemadura de mi mano. Arrastra piel, sangre y
violencia.
El sonido ensordece con su
silencio. Las ondas armonizan y se expanden en un espacio reducido. Intentan
hacer de la noche un lugar mejor.
La noche araña y cae sobre
su presa. La luna sentencia. El sonido amenaza. El pájaro ladra una última vez.
Se pierde la noche entre el
humo de mi boca. La única luz que vuelve a través de la persiana es nítida y
roja, vuelve brotando de la garganta de su sombra.
La impotencia consume el
fuego, y enciende otro.
El pasado emerge reinante en
la mente fugaz.
El canto del pájaro
enmudece.
El fuego se apaga.
Muere la noche.
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