Entrad, sin miedos y prejuicios. Bienvenidos a mi reino de mediocridad y simplicidad. Bienvenidos a mi hogar.

Desde el minuto cero os pido encarecidamente que me juzguéis con pasión y crueldad. Aquí no hay lugar para los cobardes o los aduladores, solo para los que saben meter el dedo en el ojo hasta el final.

Espero ver en vuestros rostros sonrisas de hiena, de depredadores hambrientos. Si estáis aquí es por alguna razón, aprovechadla para despedazarme. No puedo pedir menos.

El triunfo, dicen, se mide de muchas formas: enemigos, riqueza, fama, poder… En mi hogar, es decir, aquí, se mide en “bienvenidos” pronunciados.

Poneos cómodos ya que si habéis llegado hasta este punto, es para quedaros.

sábado, 30 de abril de 2016

El paralelismo de un cigarro

La cabeza desmedida, como el aliento, procesa la calma que aspira del ambiente. El fuego parece acelerarse con cada instinto mientras que los sonidos proceden lentos, bailando una danza ancestral.

No quiero escribir sobre ti. Hoy no. Siento que mi corazón, desbocado, aspira a una calada diferente que no tenga tu sabor.
Supongo que ha sido en este justo instante cuando me he dado cuenta de lo difícil que es decir: “¿Dónde estoy? ¿Por qué yo? ¿Por qué ahora?”. No lo entiendo. Ni tú me entiendes. Y jamás lo entenderemos.

Superando tu recuerdo, el cuerpo de una mujer nubla mi mente. Creo que un día la vi en sueños, de esos sueños que se tienen mientras estás despierto, y sigue siendo como entonces. Preciosa. Desnuda.

Quiero saber hacer algo para ella, pero no tengo ni idea. Mis manos tiemblan, primerizas y nerviosas, y mis ojos no saben a donde mirar. Todo rincón de su cuerpo me parece un paraíso maldito, ajeno y excitante.
Siento como ahora flaquean mis piernas. Mi razón olvida, tuerce su laberinto, me lleva hasta sus caderas. Su boca sentencia mis miedos, dictamina un veredicto de culpable, y yo dejo que sentencie.

El beso más dulce de mi conciencia me lo dio esa musa en sueños. Recuerdo las sábanas suaves que envolvían nuestro terciopelo ardiente, pero recuerdo con más ganas las abejas de mi estómago.
Nada terrenal puede competir con ese infierno de luces y sombras, de sensaciones mojadas, de musas.

Las conversaciones banales ahogan mi pecho en asco. Apoyo la cabeza sobre los ladrillos estables, miro al cielo despejado. Parece que quiero reclamarle algo, pero simplemente no encuentro el qué.
Ahogo su azul en el mío, hoy no quiero cerrar los ojos.

No quiero que termine el sueño.




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